Un congreso de regantes en Granada

Sucedió en Granada, en marzo de 1988. Se celebraba el VI Congreso Nacional de Comunidades de Regantes. Habían transcurridos las mal llamadas jornadas técnicas, consistentes en misa circunstanciada de apertura en la catedral, visitas técnico-turísticas con grandes banquetes incluidos, y escasas y breves ponencias técnicas en las que flojeaban los asistentes (y quizá algún ponente). Llegábamos a la cena de clausura, en un «carmen» donde solían tener lugar estos actos multitudinarios.



Asistirían más de 400 personas, los regantes con sus caciques y señoras respectivas, y los ingenieros y alguna letrada del ministerio que, por mor del oficio, teníamos que estar presentes. Se habían dispuesto dos salas comunicadas por una amplia puerta corredera que les daba continuidad, pues la concurrencia sobrepasaba el aforo del salón principal. Oficiaba el acto el ministro de Obras Públicas Javier Saénz de Cosculluela.

Llegados a los postres, el ministro, situado en la cabecera de la mesa principal con su corte de directivos de regantes y altos funcionarios, se puso en pie y se dirigió al atril con micrófono dispuesto al efecto. Mientras ordenaba los folios que le habíamos preparado, o sea, lo de siempre: elogio de riegos y regantes y relato de las grandes inversiones que tenía previsto el ministerio para la legislatura que transcurría, dejé volar unos momentos la atención y recordé la última intervención pública del ministro.

La intervención anterior a la de la cena, había tenido lugar en la inauguración del «Curso de Hidrogeología para Graduados Noel Llopis», que había tenido lugar a finales de enero, en el salón de actos del propio ministerio de Obras Públicas. El ministro disertó, ni más ni menos, sobre el «Plan Hidrológico Nacional», describiendo la perdigonada de embalses que se iban a repartir por la geografía española y los incontables trasvases que iban a recorrer nuestra piel de toro. Sabía yo que el texto de la conferencia se la habían preparado el director del Servicio Geológico y Octavio, un auténtico Mañara para las entonces jóvenes funcionarias del ministerio con sueños inefables.

Finalizada la intervención del ministro y declarado inaugurado el Curso, en los corrillos subsiguientes para tomar el consabido «vino español», me llamó la atención que el profesor Llamas pusiese a parir la disertación del ministro, diciendo algo así como que se trataba de una política «obsoleta» (recuerdo bien el calificativo). Cambié de corrillo y me fui al que escuchaba atentamente al ministro, que ingenuamente venía a decir: «Sueño con el día que pueda pronunciar en el Parlamento el discurso del Plan Hidrológico Nacional». Sueño que, como sucedió después, nunca se llegó a cumplir. Pero dejé los recuerdos y volví a Granada, al salón de la clausura del Congreso de Regantes, cuando Cosculluela entraba en la parte final de su discurso. Para dar énfasis al mismo, se dirigió, crecido, a los asistentes, dejando los papeles a un lado, y recalcando con firmeza: «Yo, en materia de embalses, voy a ser franco…». Se detuvo un brevísimo tiempo dándose cuenta de que había dicho algo que no debía y se podía interpretar de otra manera. Pero no hubo lugar, el mal estaba hecho. Una voz estentórea, desde el fondo del segundo salón, que los asistentes oyeron perfectamente, gritó. «¡Qué más quisieras!». La carcajada general, como una ola, recurrió los dos salones. El ministro, corrido, tardó unos segundos en reaccionar, segundos que se nos hicieron interminables. Siguió con el discurso, recuperando los papeles y ajustándose a ellos al pie de la letra hasta el final del acto.