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Cinco postureos sobre los planes hidrológicos de cuenca

A finales de septiembre me encontraba desarbolada, con el manantial de las ideas y el ánimo en pronunciado estiaje, así como con algún disgusto en mi matrimonio. Me acordé de que mi antiguo profesor y jefe, Gregorio Villegas, cumplía años (muchos) por estas fechas, el día de la Merced. Le llamé a su residencia de Albacete y le pregunté que cómo iba a pasar su cumpleaños. Me contestó desabrido que hacía años que había decidido no celebrar ni cumpleaños, ni santos, ni leches. Ni corta ni perezosa le propuse que podía yo ir a Albacete a pasar el día con él con tal de que me invitase a comer y me contase algo acerca de la planificación hidrológica, tema que sabía le había apasionado en el pasado. No le pareció mal, pues creo yo que hace años me miraba con algo más que simpatía profesional…, cosas que notamos enseguida las mujeres.

Organicé el viaje tomando el AVE para Albacete en Atocha a las 10:45 y teniendo billete de vuelta para las 18:39, que así de minuteros son los horarios ferroviarios. Cuando llegué a la estación de Los Llanos, Gregorio me estaba esperando con su viejo automóvil. Mientras conducía hacia el centro de la ciudad, me preguntó, al desgaire, que qué tal con mi marido. Se conoce que algo se había olido. Le contesté con desgana que cada día se estaba volviendo más fanático del franquismo y de la «pirámide» del Valle de los Caídos, que entre nosotros habíamos llegado a no poder hablar de política, y que necesitaba airearme de vez en cuando. Me dijo con socarronería que por Albacete corrían buenos aires. Le observé y vi que había cogido unos kilos desde la última vez que nos habíamos visto y perdido pelo, transparentando ya la «noble calavera». Luego durante la comida también observé que empezaba a tener lagunas de memoria, facultad que él había tenido muy buena. Se ve que el confinamiento de los mayores en las residencias tenía sus efectos.

Para hacer hora, y como hacía buen tiempo, dimos un paseo por el parque. Me contó mientras caminábamos que, hacia 1980, en la preautonomía de Castilla-La Mancha, estaban convocadas en Albacete unas jornadas sobre el agua. La UCD, entonces en el Gobierno, intentaba exponer su programa sobre el tema. Gonzalo Payo, presidente del órgano preautonómico, también presidente de la Diputación de Toledo, debía dar al día siguiente el discurso de apertura de las Jornadas y señalar las líneas de su partido respecto a la política del agua en Castilla-La Mancha. A tal efecto, había encargado que le preparase el discurso a Antonio Fernández Crispín, ingeniero de la Diputación y buen amigo de Gregorio, pero que no estaba muy preparado para la cuestión. Durante la cena le pidió ayuda a Gregorio, pues no había escrito nada todavía y el tiempo apremiaba. Después de cenar se fueron a una discoteca entonces de moda en Albacete. Se metieron en un reservado dejando la puerta abierta. Me comentó con picardía que antes de sentarse en los rojos divanes miraron que no tuviesen rastros seminales. Y allá, entre sucesivos gin-tonic, acabaron de escribir el discurso hacia las cuatro de la madrugada. No me atreví a preguntarle si el texto que redactaron sirvió para cosa alguna.

Comimos Gregorio y yo en buen restaurante de comida casera de la calle Mayor, charlando de cosas insustanciales. A los postres y durante los cafés y copitas, entramos en el estado actual de la planificación hidrológica. Y me contó su teoría de los cinco postureos que había observado en relación con la cuestión. Los resumo a continuación a partir de las notas que tomé en un cuadernillo que había llevado para la ocasión.

Concluía Gregorio nuestra agradable sobremesa con esta pregunta: ante este panorama, ¿cuál resultará el camino más operativo para llevar a término los planes hidrológicos de cuenca «a la altura de las circunstancias», en un mundo en el que ya no tienen vigencia alguna los procesos de planificación económica centralizada?

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