Azaña y el Trasvase Tajo-Segura

El todopoderoso Sindicato Central de Regantes del Acueducto Tajo-Segura (Scrats) acaba de publicar un voluminoso libro de 591 páginas «ad majorem suam gloriam» (perdón por el incorrecto latinajo). Se intitula «El agua que nos une» y ha sido perpetrado por Manuel Buitrago, periodista de cabecera del sindicato y redactor del diario «La Verdad», de Murcia. Cuenta con una cuidada presentación de la impresión, pero mucho menos cuidado su contenido intelectual.

Quien quiera encontrar cualquier atisbo de razonamiento o datos objetivos sobre el Trasvase Tajo-Segura; el que quisiere hallar una mínima luz para entender el conflicto surgido entre el expolio de las aguas del Tajo y los grandes negocios agrícolas, urbanísticos y especulativos del Sureste con las aguas del Trasvase; quien desee averiguar las razones aducidas por unos y otros en esta guerra del agua; quien quisiera, en fin, desapasionadamente y razonablemente, conocer los hitos y decisiones políticas y administrativas a lo largo de los 35 años de funcionamientos del acueducto, así como sus justificaciones, debe renunciar a priori a la lectura del tocho, pues como en toda guerra ─aunque se trate tan solo de una incruenta y húmeda guerra del agua─, la primera víctima es la verdad.

No existe ni una sola línea de autocrítica, de manifestación de algún error de actuación o de criterio, ni de consideración de otra forma de hacer las cosas por parte del Scrats. No. Todo son alabanzas, aciertos y bienaventuranzas para los propios. Por el contrario, todos los que defienden otros puntos de vista u otros valores que no sean exclusivamente los crematísticos del sindicato; o aquellos que defienden la cuenca del Tajo, sus ríos, lugares y paisajes del agua, se les abomina envueltos y revueltos en el calificativo de «antitrasvasistas». Se trata de un filisteísmo en su máxima expresión. Alguien dijo que quien solo achaca vilezas al comportamiento de los otros, se limita a manifestar su propio nivel moral.

¿Y qué tiene que ver Azaña, fallecido en 1940, con el Trasvase que comenzó a funcionar en 1980? Nada en absoluto. Pero llegados a este punto, por un mínimo de exigencia ética, tenemos que volver los ojos y oídos hacia aquellas personas que supieron, elevándose sobre la mediocridad, dar luz a los conflictos humanos, aunque su voz clamase en el desierto. Así, en el último discurso que pronunció Manuel Azaña como Jefe de Estado, en julio de 1938, en el Ayuntamiento de Barcelona ─el célebre discurso de «paz, piedad, perdón»─, vino a decir:

«Lo que importa es tener razón, y después de tener razón, importa casi tanto saber defenderla; porque sería triste cosa que, teniendo razón, pareciese que la hubiésemos perdido a fuerza de palabras locas y de hechos reprobables. Es seguro que, a la larga, la verdad y la justicia se abren paso; mas, para que se lo abran, es indispensable que la verdad se depure y se acendre en lo íntimo de la conciencia y se acicale bajo la lima de un juicio independiente y que salga a la luz con el respaldo y el seguro de una responsabilidad.»

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