Comentario a la entrada «La contrarreforma agraria: la revuelta de los tractores y las subvenciones» de Gregorio Villegas

Don Gregorio nos hace el regalo de un buen texto, como suele acostumbrar. Escribe con soltura no exenta ─en ocasiones─ de gracia, cosa que corresponde a su carácter y provecta edad. Pero dicho esto en alabanza suya, y pidiendo disculpas por anticipado, no nos queda más remedio que entrar en harina.

Al acabar de leer su texto nos quedamos ─como él mismo diría─ con la cabeza caliente y los pies fríos. Porque, vamos a ver, ¿en qué reside el descontento en el campo? ¿No será, don Gregorio, por la brecha existente entre los costes de producción y la remuneración por los productos, incluidas subvenciones y ayudas a la exportación, en su caso? No entraremos a calificar el tamaño de la brecha. Tampoco sobre cuestiones de ética social o individual, tanto de los manifestantes motorizados como de «las manos que mecen las cunas…y los tractores». Pero sí entraremos, en cambio, en algunas perspectivas de tipo histórico, con la pretensión de movernos con un amplio gálibo intelectual, pluma mediante.

La agricultura, tal como ahora se entiende en la mayor parte del mundo desarrollado, se lleva a cabo consumiendo una enorme cantidad de recursos fósiles (en maquinaria, fertilizantes, transportes, …). El campo no resiste un análisis input-output acerca del balance entre la energía que se le aporta respecto a la que produce, como se afirma en la economía ecología o energética. Alguien ha afirmado con razón que «comemos» petróleo. Pero no sigamos adelante por ese camino, recordando la finitud de los recursos fósiles y la diferencia entre economía y crematística. No sigamos porque hoy no toca.

Toda la llamada «revolución verde» que se ha producido desde la Segunda Guerra Mundial, se ha debido ─en última instancia─ al uso abundante (y relativamente barato) de los combustibles fósiles, y las generosas subvenciones a la agricultura (sobre todo en los EEUU y en la Unión Europea). Ello ha producido en las últimas décadas unos notables beneficios crematísticos para los propietarios agrarios, con distribución «as usual»; es decir, sesgada a favor de las grandes fincas y de los grandes propietarios. La cuestión que ahora se plantea es: ¿se ha acabado esta idílica situación? Y en caso de respuesta afirmativa, ¿por qué?

Nos seguimos preguntando, ¿habrá tenido que ver el agotamiento inminente de algunos recursos (por ejemplo, el agua procedente de los acuíferos subterráneos) como efecto de la sobreexplotación? ¿O, también ha tenido que ver con la sobreconcesión de derechos de las aguas superficiales por encima de los recursos medios, concesiones ahora limitados por la Directiva Marco del Agua europea con los subsiguientes litigios ante los tribunales? O, en otros casos, ¿habrá sido una consecuencia de los altos niveles de contaminación derivada de la producción creciente de deshechos en el proceso de producción y consumo ocasionadas por la explotación capitalista del campo (caso del Sureste, con el Mar Menor como ejemplo paradigmático), con otras variadas externalidades negativas? En este caso, la crisis de remuneración de los capitales especulativos empleados en la agricultura de sobreexplotación, con exigencia de elevación continuada de beneficios, cuando resulta bloqueada o menoscabada por las grandes cadenas (que pretenden la captura insaciable de la parte del león de los precios al consumidor), da lugar a una crisis como la actual. En última instancia se trata de una crisis entre capitalistas, que nos recuerda la frase de Lenin sobre la Bolsa: «Es el lugar donde los capitalistas se roban unos a otros». ¿Se habrá corrido la situación desde las Bolsa al campo?

La búsqueda de otros factores explicativos de la crisis actual del campo (subida del salario mínimo interprofesional, incremento del coste de otros factores de producción, competencia de los productos de otras regiones o naciones, barreras arancelarias o contingentaciones establecidas por otros países, etc.) vendrían a sumarse a la situación actual.

Al final de su escrito, don Gregorio presenta una idea que resulta de interés acerca de vislumbrar los acontecimientos que podrían dar lugar a finalizar la protesta. Añadiré mi punto de vista: el final de la protesta de los propietarios agrícolas se está produciendo por la presencia en el teatro social de un «cisne negro», según metáfora de moda en el mundo de la sociología (vid Wikipedia): el coronavirus, con desplome en los últimos días del precio del petróleo, de los valores mobiliarios y del precio del dinero (tasa de descuento). En definitiva: pérdida social de confianza en el futuro; pérdida de confianza no recuperada desde la Gran Recesión de 2008.

En esta nueva tesitura, con grave alteración del comercio nacional e internacional de bienes, servicios y capitales, la movida de los tractores y sus razones de fondo (las que fueren) han quedado más obsoletas que la guerra de Troya.

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