El populismo y la demagogia

¡Válgame Dios, agudo lector! ¡Lo que hay que oír en estos pagos del Señor! Ahora resulta que los regantes se congregan todos juntos en unión, en un Congreso de Comunidades de Regantes, y acuerdan… ¿qué dirás sagaz lector que acuerdan? Tú me dirás, a modo de adivinanza, ¿cultivar productos más sanos y de calidad como en los países avanzados de Europa? ¿Proteger el medio ambiente, que el pobre va de mal en peor, como el caso del Mar Menor? ¿Pagar un salario justo a los emigrantes que se esconden entre los invernaderos? ¿Repartir más equitativamente la PAC? ¿Utilizar el agua racionalmente, sin quitársela a otros? ¿…?

Enseguida habrás vislumbrado ─mirando las noticias de prensa que se recogen abajo─ que la cosa no va por ahí. Efectivamente, ¡no se reúnen para estas cosas las comunidades de regantes! ¡La caridad bien entendida empieza por uno mismo! Se reúnen para que el Estado les haga las obras que les petan (presas y trasvases) para la mejor gloria de Dios y beneficio de su bolsillo. Lo que piden es mucho más fino que solicitar que el Estado, directamente, les meta los billetes en el bolsillo, pero en el fondo es lo mismo.

Esto recuerda al tan celebrado Pacto del Agua de Aragón: los partidos políticos con representación en su cámara legislativa se pusieron de acuerdo entre ellos para hacer una serie de obras… ¡que debería pagar el Estado! Ni más ni menos.

De lo que hayan que aportar los beneficiarios (o forrantes) a las obras no se dice una palabra. En cualquier caso, si hubiere que pagar algo, …, sería muy poquito para disimular. Las cosas baratitas, oiga, como en el Trasvase Tajo-Segura, dónde se pagan 20 millones de euros al año frente a unos ingresos de más de 2 000 millones de euros; es decir, menos del 1% de los ingresos para pagar las infraestructuras y los gastos de explotación. ¡Así se las ponían a Fernando VII! ¡Viva… el mundo!

Además resulta que cuentan con «animadores», a modo de las cantantes en los antiguos cabarets, que algo sacarán de la mêlée para su bolsillo, como acostumbran. !Qué ejemplo de empatía y compenetración con los ciudadanos de la cuenca que administraron en otro tiempo! Priman los intereses pecuniarios, claro, aunque se asperjen con agua bendita.

Otra cosa son los políticos (en formación) a los que, para evitar el auto de fe, obligan firmar declaraciones y documentos, pues en otro caso les pondrían el capirote y los mandarían a la hoguera. ¡Qué vergoña todo esto, mi querido corresponsal! ¡Y luego dicen que los populistas y demagogos son los otros!

Todo lo adornan con lo de la «unanimidad», lo que viene a constituir una obsesión (¿milenarismo?) de la élite tecnocrática-hidráulico-administrativa. Ortega nos dejó dicho (1917): «Es una puerilidad suponer que la norma de la vida es la ausencia de debate. Lo normal, lo que define a las sociedades, son las luchas de partidos, de agrupaciones, de ideas, de soluciones. Si las instituciones políticas no se aprestan a dirigir estas luchas, demuestran que se encuentran estancadas, sin pulso».

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