Los partidos políticos ante la agricultura (I): ¿Burbuja explosiva del regadío u orientación hacia la calidad?

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Dicen que agosto es un tiempo de vacaciones. No para todos. He tenido la suerte de tener que acompañar a Gregorio Villegas durante los días que ha estado en Madrid para revisión médica, sirviéndole de chauffer a la vista de la huelga de taxis habida en la capital. Ha sido un placer dialogar con una persona que fue mi profesor hace ya varias décadas y es un perfecto conocedor de historias, sucedidos y políticas del mundo del agua. Hemos hablado del cielo y de la tierra. Y ahí va un resumen de lo tratado (algo retocado literariamente, la verdad).

Comienza el diálogo Gregorio recordando sus buenos tiempos, ha cogido esa costumbre:

 ─ Se viene reconociendo que la política del agua ha venido a menos. Recuerdo que, desde el comienzo de la democracia, antes de celebrarse las sucesivas elecciones generales se hacían mesas redondas con los representantes de los distintos partidos políticos, que exponían sus correspondientes programas de la política del agua, diciendo (o no) lo que proponían hacer en la legislatura si resultaban elegidos. Y siempre prometían muchas presas, centenares de miles de hectáreas de nuevos regadíos y, en muchos casos, varios trasvases entre los que siempre se encontraban los del Ebro, a Cataluña por una parte y, hacia el sur hasta Valencia, Alicante, Murcia y Almería, por otra.

 ─ Me contaste una vez que, en no recuerdo dónde, la gente interrumpió a un orador, que recurría al consabido discurso de decir que su partido no prometía nada, sino que se basaba en realidades. Entonces el público, con bastante guasa, gritaba: ¡no queremos realidades!, ¡queremos promesas!

 ─ Estarían hartos de que les prometiesen trasvases y regadíos sin venir a cuento ─me contesta con algo de fastidio─. Por cierto, el otro día el Rey recibió a los regantes constituidos en federación nacional o algo así. ¿Sabes que le dijeron al Rey? Pues que en España había que regar un millón de hectáreas más.

 ─ Pues esto ya lo decían los gurús con piel de ingeniero del ministerio de Obras Públicas y de la patronal de la construcción en los años 80, cuando se ponía el techo de los riegos españoles en 5 millones de hectáreas ─le contesté─. Ahora ya tenemos cerca de 4 millones. No se puede negar que se viene diciendo lo mismo desde los tiempos de Costa, al principio del siglo XX.

Gregorio se removió incomodo en su asiento. Se veía que le había tocado un punto sensible. Intentando no perder el dominio me contestó:

 ─ Aquí veo yo la cuestión fundamental de la política del agua, a la que antes llamábamos política hidráulica. Pero, ¿es que no hemos aprendido la lección de la sequía que ha durado hasta la pasada primavera? ¿Ya no nos acordamos de la situación que atravesaron las cuencas del Duero, Segura y Júcar? ¿Ni de los meses que estuvo cerrado el trasvase Tajo-Segura por la falta de agua en la cabecera del Tajo? ¿Y qué decir de los decretos de sequía; me parece que desde comienzos de los 70, no ha habido en España ningún año en que no haya estado vigente algún decreto de sequía para alguna parte del territorio? ¿Pero no nos damos cuenta de que tenemos un clima mediterráneo, con sus ventajas, pero con sequías recurrentes? Si además nos viene encima el cambio climático…

 ─ Pero hemos mantenido una política de desarrollo de riegos desde hace más de 100 años, lo mismo en tiempos de monarquía, república, dictadura y democracia, gracias a la cual se han hecho muchas presas y tenemos una agricultura desarrollada.

 ─ Agricultura que hay que mantener y mejorar, sin duda. Pero sobre ello volveré más adelante. Ahora retrocedo a lo del agua. Tenemos los recursos de agua que tenemos, y no los que quisiéramos tener, aunque a esta premisa le llevamos tiempo dando vueltas y no acabamos de asumirla. Macías Picavea, uno de los regeneracionistas de principios del siglo XX decía que «los males de la patria» eran que en España llovía poco y había poca sangre aria. Creo yo que lo que quería decir era que faltaban conocimientos y sobraba voluntarismo del tipo de las mil y una noches. Ahora, a muchos de nuestros «expertos» del agua (herederos directos de los profetas de la antigüedad) les da por comparar la merma de los volúmenes circulantes por nuestros ríos con las sequías del Nilo de hace 10 000 años diciendo que hubo sequías del Nilo de 50 años de duración y lo que estamos observando desde 1980 en nuestro país es una «sequía faraónica». ¡Pues sí que estamos bien con este tipo de expertos! Como decía Keynes cuando le ponían objeciones a sus teorías basándose en ciclos de larga duración: «¡A largo plazo, todos muertos!»

 ─ Pero, entonces, ¿no ves bien el mantenimiento de nuestra política tradicional que tan buenos resultados ha conseguido? ─Le insistí con curiosidad por conocer su respuesta.

 ─ Vuelvo a Keynes, autor que ahora es una especie de satanás para nuestros neoliberales. Le plantearon una cuestión parecida y respondió: «Cuando cambian las circunstancias, yo cambio. ¿Usted qué hace?» Nuestros expertos en el mundo del agua no se han dado cuenta de que la España de hoy no es la misma que cuando se planteó la política hidráulica a principios del siglo XX. Ahora, no faltan alimentos, al contrario, es un buen sector exportador; no hay analfabetismo ni emigración (el problema es el contrario: mandamos fuera a nuestros titulados e importamos africanos a los que alimentar); lo que ahora prima son los sectores de la industria y los servicios, siendo pequeña la aportación del sector primario. Entonces, ¿no nos damos cuenta de que, afortunadamente, éste es otro país con otros problemas, para no seguir aplicando las políticas propias de un país tercermundista?

Hizo una breve pausa que aproveché rápidamente para meter una cuña:

 ─ Entonces, ¿cuáles piensas que son ahora los problemas relacionados con nuestros recursos hídricos?

 ─ Pues los mismos que en otros países de nuestro entorno, los países europeos. España hace siglos, con la Reconquista, que tomó la opción de ir con la Europa cristiana y no con el islam oriental-africano. En esto Fraga no nos hizo un favor cuando impuso lo de «Spain is different», a pesar de su bombín inglés cuando estuvo de embajador en Londres. Perdona…me estoy enrollando. Quiero decir que nuestra política del agua debe ser la europea, la de la Directiva Marco del Agua: protección del agua y el medio ambiente en su conjunto; considerar el agua como un patrimonio que hay que mantener; proteger y mejorar la calidad de los recursos naturales renovables. Lo demás se nos dará por añadidura.

 ─ Teniendo en cuenta que aproximadamente el 80% del aprovechamiento del agua la dedicamos a los riegos, y que siguen creciendo irrefrenablemente, ¿qué crees que se debería hacer para no cargarnos la agricultura de regadío, tan productiva en nuestro país?

 ─ Buena pregunta ─me contestó excitado─ Aquí está el nudo gordiano de la cuestión. Intentaré explicarme. Hasta ahora el término que ha dominado la ecuación ─Gregorio me hace con la mano un gesto de disculpa ante la expresión que acaba de utilizar─ ha sido el regadío. La política del agua en España ha sido una política de riegos; los planes hidrológicos, planes para desarrollar los riegos. En un año tan avanzando como 1988, el entonces director general de obras hidráulicas proponía incluir en el programa electoral de su partido la construcción de 75 presas dedicadas todas ellas al riego. Era una política de oferta de recursos de agua para los riegos. Los ingenieros de las Confederaciones localizaban una cerrada más o menos apta para construir una presa y.. ¡zas!, proyecto y obra al canto. Luego la zona regable se desarrollaba…o no se desarrollaba…

 ─ Pero luego se dijo que se cambió la política de oferta por la de demanda, ¿no? ─le objeté para ver hasta dónde seguía con su tema.

 ─ ¡Pamplinas! Lo que se llamó política de demanda era cambiar de lugar los caballos que tiraban del carro, pero lo demás ha seguido igual. Las fuerzas vivas (ahora, al parecer, se llaman lobbies) se empeñaban en regar una zona a la que pensaban sacar beneficios y…¡zás! declaración de interés general y que el Estado me traiga el agua; si hubiere un río cerca, pues mejor; si no lo hubiere, pues un trasvase desde Siberia si fuere necesario, como llegó a decir el insigne Guerra. La cosa era atender a los ricos propietarios que conseguían votos caciquiles. Lo que nos está llevando esta ansia de sacar dinero al campo, «ponerlo en valor» como dicen las cabezas de huevo neoliberales, es a una burbuja explosiva, con su triste secuela: se comienza por la degradación ambiental (ahí tenemos el caso del Mar Menor), se continúa por el declive económico y se termina por la desintegración social. Degradación, declive, desintegración, esta es la secuencia.

 ─ Entonces, ¿qué propones? ─Le dije algo picada por ver dónde nos llevaba el discurso.

 ─ Cambiar el sentido de la marcha. Hemos llegado al final. No se trata de adaptar la política del agua a la agrícola, sino al revés. Se trata, de acuerdo con la Directiva Marco del Agua europea, mantener el patrimonio hídrico, en cantidad y calidad. Es decir, ver cuánta agua debe mantenerse en los ríos para que estos se conserven en buen estado. Entre 40 y 60% de media anual en cada punto de la que discurriría en estado prístino, si no hubiese aprovechamientos. Hay sesudos estudios sobre esto, que denominan en Europa el índice WEI+. Es una idea que requiere mayor desarrollo, claro. Después vendrán los usos productivos económicamente. Con ello mantenemos el medio ambiente; es decir, nos mantenemos nosotros y las generaciones que vendrán detrás, con lo que mantendremos también los usos productivos.

 ─ Pero, con ello, ¿no estaremos dándole un palo a la agricultura y a los agricultores?

 ─ Lo inteligente sería aprovechar la crisis para desarrollar nuevas oportunidades, incluso más productivas que las anteriores. Lo que no podemos es confundir los empresarios agrícolas serios con los especuladores. Veamos. Ahora, en Europa, los productos agrícolas de producción intensiva o forzada, con escaso cuidado, empiezan a estar cuestionados. Hay una revolución silenciosa en marcha. Es la revolución de los productos «limpios», con calidad y saludables. Es una nueva sensibilidad a favor de alimentos más nutritivos, sanos y cercanos a las producciones naturales que, a la vez, respondan a una exigencia superior de salud, calidad y sostenibilidad ambiental. Comienzan a no tolerarse producciones con trazas de fertilizantes, pesticidas, hormonas, medicamentos, conservantes, disruptores endocrinos, elementos químicos y productos se síntesis artificial. Es un rechazo, también, a los aditivos empleados en la alimentación (más de 1000). El movimiento se extiende a la exigencia de suelos sanos, medio ambiente bien conservado y aguas limpias. ¡Ni más ni menos!

Corte la disertación de Gregorio con una advertencia que estaba pensando desde que comenzó con el tema de los alimentos.

 ─ ¿No me irá a cantar las excelencias de los alimentos llamados ecológicos? Me ha parecido que dichos productos, que se venden en supermercados selectos, son caros. Por su precio son productos para gente rica o pija, de los que toman langosta y champán a cualquier hora en las playas de Formentera, servidos bajo la sombrilla por lacayos vestidos como «los vigilantes de la playa».

 ─ Déjate de anécdotas ─me responde un poco atufado─, ahora eres tú la que se va de madre. Estamos hablando de una moderna agricultura de calidad, más allá del divertimento de unas pocas hectáreas de producciones ecológicas. O si lo quieres ver desde otro punto de vista: toda la producción de alimentos deberá ser en el futuro ecológica o no será. ¿Por qué una parcela pequeña permite vivir holgadamente a un agricultor sueco y aquí todo lo basamos en grandes producciones sin calidad y sospechosas desde el punto de vista sanitario?

 ─ Pero esto requeriría una especie de revolución científica, técnica, comercial, …─solté pensando en voz alta…

 ─ Naturalmente, hay que ir a una producción de calidad. Porque, ahora, ¿cuánto de lo que se produce tiene una calidad adecuada de sabor, valor nutricional, sano, sin aditivos? ¿No oyes cuánta gente de queja de que los alimentos ya no saben como antes, de la «química» que tienen y muchos de ellos se pudren rápidamente? También llegaría a esta revolución y de cara a la exportación, lo que se viene diciendo desde hace años: hay que ser competitivos por la calidad y la diferenciación: productos tempranos, aprovechando las ventanas del mercado, productos diferentes y de sabor; esta sí que sería la buena marca «España», y no por producciones masivas, forzadas, de baja calidad y precios tirados. Con certificación exigente. No basta decir que se cumplen los «límites máximos de residuos» (LMR). Hay que ir más allá. Ya señaló Ulrich Beck el peligro de los «límites máximos». Son, efectivamente una limitación; pero también una autorización para contaminar hasta dichos límites.

 ─ ¿Qué haríamos entonces con las ayudas de la PAC?

 ─ Pues no golfear tanto. Ahora el «cotarro» de las ayudas está dominado por jóvenes agricultores, aunque ya han superado la edad de la jubilación. La intención de la UE es dirigir las ayudas hacia la sostenibilidad ambiental, pero aquí el que más ayudas caza es el conde de título, apellido o anhelo. Todos los esfuerzos se dirigen a bloquear cualquier cambio, pues el status quo ex ante beneficia a la casta caciquil.

 ─ Entonces, ¿por qué lo que me dices de la nueva agricultura no oigo que la expongan los partidos políticos?

 ─ Pues por decadencia, sin duda. Pero habría que excitar a los políticos. Quizá deberían empezar las «instituciones intermedias», tales como la Nueva Cultura del Agua, la Escuela de Ingenieros Agrónomos o la Fundación Botín. Estas instituciones pueden desarrollar las nuevas ideas y traernos ejemplos extranjeros. Recuerdo una anécdota de cuando Loyola de Palacio se encargaba de la política del agua del partido conservador, allá por 1993-1996. Mientras los progresistas se ofuscaron con una rancia política de más presas y trazaron un mapa fontanero de trasvases, con el ministerio de obras públicas proponiendo el riego de 400 000 hectáreas, los expertos en agricultura se oponían a esta política hidráulica, centrándose en las mejoras de las producciones y de las rentas del campo. Luego, a los pocos años, la situación cambió de tal manera, que cada bando abandonó sus postulados y tomó los del adversario. Curioso, ¿no? Lo que quiero decir es que necesitamos ─sí, lo digo bien, ¡necesitamos imperiosamente!─ que los expertos en agricultura y agua nos ilustren de estas cosas que he expuesto tan mal; en una palabra: sobre una agricultura sana, sostenible y menos dependiente del petróleo. O sea, una auténtica transición eco… bueno… ¡no sigo por ahí!

 ─ Es que la historia de España es…la historia de España. Pero quería preguntarte algo sobre la agricultura murciana del trasvase…

 ─ Pues habrá que dejarlo para otro día, ¿no? Por hoy ya va bien.

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