Los sueños de la sinrazón trasvasista y los despistes de Juan Guillamón

Una vez más, Juan Guillamón recurre a «La Verdad», diario de Murcia, para meternos de matute doctrina sobre su visión del agua. Por supuesto, barriendo para casa. Ustedes podrán juzgar con la lectura del texto cuyo enlace se adjunta («Las incertidumbres del agua»; La Verdad, 4/7/2020).

Vaya por delante que Juan Guillamón escribe bien, no como suelen hacerlo bastantes ingenieros de su gremio. Otra cosa son las ideas. Y las citas de autoridad. Porque para apoyar sus elucubraciones echa mano del ingeniero/escritor socialista Juan Benet, fallecido hace bastantes años, no sabemos si con un intento de confundir al lector o por enredar. Todo ello se hace merecedor de unos comentarios que enhebramos a continuación.

Guillamón ve correctamente que Juan Benet era un ingeniero hidráulico, enfocado al proyecto y construcción de obras hidráulicas, pero que ─desgraciadamente─ no entraba en las cuestiones relativas los recursos hídricos y sus aprovechamientos (necesidades a que atender). A través de su empresa (Hidrocinética S.A.) tenía el empeño de trasvasar agua del Tajo en Cáceres, a través del trazado abandonado del ferrocarril de tiempos de Primo de Rivera, para llevar el agua a los embalses del Guadiana, del Plan Badajoz, y desde esos embalses, seguir con el trasvase hasta el Guadalquivir. Un sueño más propio de los arbitrismos de la época de Felipe IV, dentro de los sueños de la sinrazón. Cuando a Juan Benet se le preguntaba por el propósito último de esos trajines con el agua, ponía cara de no entender la pregunta y de limitaba a responder que «para regar», pero sin concretar zonas, cultivos, rendimientos, etc. etc. Solo veía las obras por las obras. Igual sucede a otros ingenieros de su gremio que, cuando se les pregunta sobre el destino del proyecto de un embalse determinado, solo aciertan a contestar genéricamente que serviría «para regular».

También sostiene Juan Guillamón, apoyándose en Juan Benet, que la cantidad de agua en un punto determinado es constante en el largo plazo. Un dislate que ─¡a estas alturas!─ no se haya enterado del cambio climático, que es tanto como seguir defendiendo el terraplanismo. Además, Guillamón se contradice a sí mismo: en un párrafo sostiene la constancia de la cantidad de agua en el tiempo y, unas líneas más abajo, pasa a hablar del fiasco del Trasvase Tajo-Segura por la diferencia entre las estimaciones de las cantidades a trasvasar del proyecto y lo realmente trasvasado 40 años después (un 30% y con tendencia a la baja) a pesar de haber estrujado hasta la última gota el Tajo.

¿No sería llegada la hora de hacer examen de conciencia hidrológico- ingenieril en materia hidráulica? Porque, siguiendo a Stefan Zweig, podríamos señalar tres «momentos estelares de la ingeniería hidráulica española», de la época ilustrada para acá. El primero fue el proyecto de Carlos Lamur, a finales del siglo XVIII, de construir la mayor presa de Europa en el Guadarrama, cerca de Torrelodones (presa de El Gasco), para con las aguas «reguladas» a través de un canal, unirlas con las del Manzanares en Madrid, seguir hasta Aranjuez, atravesar La Mancha con otro canal, salvar Despeñaperros y llevar los barcos desde Madrid hasta Sevilla y, desde allí, a América. El sueño de la razón se rompió con la presa, cuando en 1799 alcanzaba 50 m de altura de los 100 m del proyecto.

El segundo momento estelar, en el siglo XIX, fue el Canal de Castilla, previsto para sacar el trigo y la lana de Castilla por el puerto de Santander, desde Segovia inclusive, salvando las cordilleras que fuesen necesarias. Construyeron estupendos canales, dársenas, esclusas, caminos de sirga, etc. Solo se les olvidó que, en los estiajes, con ríos sin regulación no había agua. Además, el ferrocarril cercenó a mediados del siglo XIX las últimas ilusiones de competir con los canales del norte de Europa. Hoy, el Canal de Castilla tiene la función de pasear turistas domingueros con recorridos en barco.

El tercer proyecto estelar (hasta ahora) ha sido el Acueducto Tajo-Segura. Mirando hacia atrás sin ira, cabría preguntarse: pero, ¿cómo fue posible que se plantease un gran trasvase desde la cabecera de un río? Es decir, sin tener la visión general de la cuenca del Tajo, sus lugares, sus aprovechamientos existentes y futuros (entre ellos el abastecimiento de la conurbación de Madrid, de 6,5 millones de almas), desde Entrepeñas y Buendía hasta Lisboa. Por lo menos los trasvases desde el Ebro se pretendían hacer junto a la desembocadura, pero ¿un trasvase desde la cabecera de un río, antes de llegar a las áreas de aprovechamiento, dejándolo con un caudal mermadísimo? Solo la energía hidroeléctrica perdida en los sucesivos saltos en España y Portugal califican negativamente el proyecto. Se dio el caso de que fue el sentido común de los políticos los que hicieron menor el disparate, reduciendo la cantidad a trasvasar de 1000 a 600 hm3 anuales. Pero en los 40 años de funcionamiento solo se han podido trasvasar 300 hm3 anuales, a duras penas, con conflictos jurídicos y políticos, y dejado sin agua el Tajo.¿Dónde quedaron las previsiones de los doctos ingenieros? ¿Habían tenido siquiera en cuenta las enseñanzas del pasado de los canales del Guadarrama y de Castilla? ¿Servirá también en el futuro el ATS para pasear turistas?

¡Ah!, se me olvidaba. Manuel Díaz-Marta, cuando regresó del exilio de la guerra civil, se enfadaba mucho cuando escuchaba que Indalecio Prieto era el artífice del Trasvase Tajo-Segura. Decía que se trataba de utilizar políticamente a Prieto sacándolo de su momento histórico. Se proclamaba correligionario de Prieto, y sostenía que era un político inteligente y realista y, si viviese ahora, abominaría del Trasvase. Como Juan Guillamón no quiere enterarse, aunque la linde se acabe, él sigue… Con todo, con Yom Kippur o sin Yom Kippur (que no viene a cuento), el Trasvase se ha mostrado con un rendimiento económico negativo para la economía nacional (según el análisis económico ex post), como ha sucedido en el mundo con todos los grandes trasvases dedicados a la agricultura. Solo produce beneficios para unos lobistasagrícolas del sureste, que pagan por todas las infraestructuras hidráulicas del trasvase y postrasvase más gastos de funcionamiento (con 300 m de elevación en origen más los del final) una tarifa del orden de 10 céntimos de euro por metro cúbico (20 millones de euros al año frente a los 3000 millones de euros que dicen tener de ingresos por las aguas del Trasvase), lo que produce estupefacción en cualquiera que entienda de macroeconomía. Pero el lobby tiene secuestrada la opinión pública, los políticos regionales y los ingenieros del inefable Centro de Estudios Hidrográficos, sin cabezas. ¿No habría que aplicar el principio de la recuperación íntegra de costes (establecido por la Directiva Marco del Agua europea) incluyendo los correspondientes a la tremenda degradación del Mar Menor, consecuencia indudable del Trasvase y de la codicia de ganancias fáciles que ha llevado consigo?

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