El think hub de los ingenieros de caminos pone en hora el reloj del agua

Desocupado lector, después de una larga temporada ausente que he pasado reparándome en un «hotel para delicados», vuelvo hoy a ti con humor más negro que mi porvenir. Y ​lo primero que debo hacer es justificar por qué he puesto en el título de arriba «el reloj del agua», en lugar de «el reloj de agua». La explicación es la siguiente: no se trata de poner en hora una clepsidra, sino de poner en hora, ni más ni menos, la política del agua o, al menos, la concepción de la misma.

Porque si hubiese querido yo referirme a un reloj de agua o de mareas, como el que dicen existía en el palacio de Galiana, en Toledo, tendría que contarte la construcción del palacio por el rey taifa al-Ma´mum (siglo XI) y los amores que en él tuvieron lugar entre Alfonso VIII y la bella judía Raquel, suceso que la Crónica General de Alfonso X relata diciendo que «El rey se enamoró locamente de una judía que tenía por nombre Fermosa y olvidó a su esposa», la no menos gentil Leonor de Aquitania. Todo ello bien armado en la novela histórica «La judía de Toledo» del tudesco Fenchtwanger. Pero, no; a nada de eso me quería referir.

Son otras ensoñaciones históricas lo que quería traer a estas líneas, las del llamado Think Hub (así, como suena) del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, ignorándose quién forma parte del citado Hub, pues sus nombres no aparecen por ningún sitio (apostamos que entre ellos estará el inevitable «o César o nada»).

Acontece que el número de la Revista de Obras Públicas correspondiente a octubre de 2019 publica un artículo titulado «El cambio climático y la gestión del agua», y los «hubistas» autores del mismo se dedican a «cantar la palinodia». Veamos como muestra:

«…a pesar de las graves irregularidades climáticas de las cuencas españolas, hemos conseguido un nivel muy satisfactorio de seguridad en el suministro de nuestras necesidades de agua, y asimismo se ha desarrollado una intensa actividad en modernización de regadíos y sistemas de abastecimiento, pero la permanente ampliación del regadío bien puede calificarse de insostenible. Hemos avanzado bastante en depuración, pero la cobertura no es suficiente y está siendo causa de sanciones por parte de la Comisión Europea, y por otra parte estamos lejos de unos objetivos deseables de reutilización y aprovechamiento de subproductos. Tenemos una larga experiencia en planificación hidrológica, pero orientada tradicionalmente al aprovechamiento de los recursos; no hemos asumido plenamente que la planificación de la Directiva Marco tiene por objeto central la protección de ríos y acuíferos, y en particular la lucha contra la contaminación y la sobreexplotación para conseguir el denominado buen estado de las masas de agua, que ahora mismo no se alcanza en más de la mitad de las masas».
(Los subrayados son nuestros).

¿Te habrás quedado tan estupefacto como yo, querido lector? ¿Cómo es posible que esto se afirme en el Colegio de Ingenieros de Caminos, dónde no era posible desviarse de cantar misa a los embalses y los trasvases, tout court? ¿Pero que Hub es este? ¿Dónde han quedado los quijotes y los sanchos del Colegio?

Nuestra perplejidad se acentúa cuando el Hub pasa a ocuparse de la formación de los ingenieros de Caminos. El resumen es claro: se trata de una profesión que se jodió, como el Perú de «Conversación en la Catedral» de Vargas Llosa. Así de simple. Con 16 escuelas de Máster y 18 de Grado, con profesores mediocres, alumnos flojos y desmotivados, un millar de egresados por año y falta de empleos adecuados, ¿qué quieren ustedes? La solución que ofrecen los hubistas es que los ingenieros se deberían dedicar a los temas de cambio climático y medio ambiente. ¿Ahora? ¡Pues a buenas horas!

Cierran los artículos «revolucionarios» del inefable número de la Revista de Obras Públicas de octubre de 2019, el de José Luis Manzanares Japón, que lleva por título «Un mundo diferente. Un nuevo reto para los ingenieros de Caminos». No le faltan arrestos a Manzanares, con vuelo alto, momentos para soñar y apertura y cierre de puertas en el noveno cielo.

Dos temas sobrevuelan su escrito a modo de ritornello: la lucha del ingeniero contra la naturaleza hostil y la necesidad de vertebrarlo todo.

Desde que Ortega publicó su «España invertebrada» en 1921, los ingenieros cultos han adoptado el término de la vertebración y lo colocan en cualquier plan de infraestructuras de ámbito nacional venga o no a cuento. Los transportes y las comunicaciones parecen no tener otro objetivo que el de «vertebrar el territorio», expresión en la que resumen todas las bondades de los planes. Pero el paroxismo llega cuando se sostiene que los embalses y los trasvases también «vertebran el territorio». Y no se le ocurra usted preguntar ¿cómo?, porque la potencia del término esconde todo un oxímoron, pues se está demostrando que los trasvases de grandes cantidades de agua a larga distancia con destino a los riegos «desvertebran» el territorio, la sociedad y el medio ambiente (casos de Entrepeñas-Buendía y el Mar Menor). En cuanto a la lucha del ingeniero contra una naturaleza hostil, ¿es ésta la enseñanza que queremos transmitir a las siguientes generaciones de ingenieros para que cuiden del entorno de la vida? ¿Se puede desarrollar una profesión en contra de las materias de las que se tiene que ocupar? Así nos va.

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