No hay apocalipsis: la dialéctica de la negación de la negación de las centrales nucleares

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Comentarios sobre el libro y algo más

Se trata de uno de esos libros de moda dentro del género de pensamiento político-social (antiguamente se les llamaría de «ensayo»). El autor no engaña, manifestando su posición claramente desde el índice del libro: se inscribe en una nebulosa supuestamente ética, anti-ecologista, atacando todos los paradigmas actuales sobre el cambio climático. las extinciones de especies, la protección ambiental, el consumo excesivo de carne, las energías renovables y distribuidas, la oposición a los embalses, etc. Para ello utiliza el conocido principio de la dialéctica hegeliana de la negación de la negación, añadiéndole como aportación propia una abundante bibliografía académica (señal de una generosa financiación) y acusaciones sobre la «compra» de los movimientos de defensa de la naturaleza por las empresas de explotación de combustibles fósiles, con la finalidad de eliminar las centrales nucleares, que constituyen ─para el autor─ los caballeros blancos (cruzados) de la salvación de la humanidad.

A poco de discurrir por las páginas del libro, surge una pregunta clave: ¿por qué, ahora, se publica este texto a favor de la energía nuclear y en contra de todo lo que representa la cultura actual de energías alternativas, cuidado ambiental y abandono de la energía nuclear? ¿Qué tendrá que ver todo ello con la cultura trumpista?

La tesis principal del libro consiste en apostar totalmente por la energía nuclear, auténtica panacea de la humanidad desde la puesta en marcha en los años 50 del pasado siglo por el presidente Eisenhower de la campaña «Átomos para la paz». Para ello propone un curioso indicador: lo que llama la densidad de la energía. Clasifica las formas de energía en función de su densidad, siendo mejores cuanta mayor densidad presenten. Así la menor densidad es la leña, seguida del carbón, después los hidrocarburos (gas y petróleo), finalizando por la de mayor densidad: la energía nuclear. Dentro de este esquema, las energías renovables (agua, viento y sol) vienen a representar un retroceso, con la excepción de las centrales hidroeléctricas de gran potencia. Asimismo, desprecia las energías procedentes de la biomasa.

Pero donde alcanza su clímax es en relación con la energía nuclear. Minimiza los efectos de los accidentes nucleares, por ejemplo, de Kyshtym (Rusia, 1957), Three Mile Island (EEUU, 1979), Chernobyl (Ucrania, 1986), Fukushima (Japón, 2011) y otros, así como los efectos de las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Ignora la cuestión de los residuos nucleares y todo lo reduce a un problema de costes que, naturalmente, salen a favor de este tipo de energía.

Como buen estadounidense llena las páginas del libro de cifras y cifras de costes de diversas procedimientos, instalaciones y actuaciones (la sacralización de los costes, confundiendo valor y precio), llegando a la conclusión de que cuanto menor sea la «densidad de energía» más caro resulta su obtención y manejo, convirtiéndose en campeón de todas ellas la obtenida por medio de centrales nucleares. La justificación del libro de este autor y otros que están apareciendo en la misma línea «trumpista», nos la proporciona un reciente acuerdo de la Comisión Europea de clasificar la energía nuclear dentro de las energías «limpias», utilizable durante el periodo de la transición energética a las «energías sostenibles». Teniendo en cuenta que ahora se postula que una central nuclear puede tener una vida útil de 100 años, la jugada queda clara: un gran éxito del lobby pronuclear de la Unión Europea, al que se apunta Francia como líder. ¡Atentos!

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