Los arcani imperii de la política del agua. Un cuento con algunas alegorías.

Querido lector: ruego que perdones el retraso en la entrega del texto de abajo, pensado para que lo vieres ─si quisiéredes─ el 28 de diciembre.

 ─ Me ibas diciendo que en diciembre de 2012 os hicieron acudir al ministerio a horas intempestivas y sin deciros de qué iba la reunión. ¿Quién convocó la reunión y para qué?

 ─ La convocó Ramos de Espadas, Semá del ministerio, una especie de Chamán o Sátrapa del agua y todo eso. Acudí acompañando a Miguelín, mandamás de la Federación Hidrofónica del Trago y a Simancho, planeador de la hidrofonía. Me unía a Miguelín una amistad desde el colegio y además era mi jefe. Nos presentamos en el ministerio pasando por una entrada disimulada situada en la esquina de San Juan de la Cruz, por donde se encuentra situada la escultura de Indalecio Prieto. Tenía algo de misterio acceder al ministerio por puertas disimuladas y reservadas a cargos elevados sobre la tierra. Por cierto, en un rellano a mitad de la escalera de subida a las partes nobles, había un cuadro con un abuelo que ganara una batalla (ministerial), retratado con una mano cruzada en … bueno, no recuerdo bien dónde tenía cruzada la mano(1).

 ─ ¿De verdad no sabíais cuál era el objeto de la reunión?

 ─ Pues exactamente, no. Además, por mi formación de leyes, entendía yo poco de hidrofonías y otros misterios. Sabíamos que la cosa iba del trasiego Trago seguro, pero nada más. La prueba es que llevábamos carteras con muchos papeles, pero no los que precisamente iban a hacer falta, que eran la normativa que se proponía para el plan hidrofónico del Trago.

 ─ ¿A qué hora os convocaron?

 ─ Pues serían más de las 11 de la noche, hora poco apropiada para comenzar una reunión, pensé yo. Además nos hicieron esperar un buen rato. Durante la espera tuvimos que disimular el ruido de tripas, pues desde el mediodía sólo habíamos comido unos bombones de chocolate, cortesía de Miguelín. Durante la espera se nos unieron un barandilla de Castiga-la-Marcha, de perfil aquilino, y Vitorino, que pocos días antes había sido nombrado primate de los ulemas de planificción o ficción planificada. Curioso personaje, excesivo en la doctrina que tocaba en cada momento, pero que acababa de dejar la chaqueta verde que usaba con anterioridad y con la que se había mostrado en los foros europeos de la hidrofonía y, cual buen converso, comenzó a ejercer de inquisidor frente a los que mantenían sus chaquetas ─de color diferente al azul─ sobre los hombros. Posteriormente volvió a cambiar, ahora a la chaqueta roja o rosa pálido, cuando la veleta indicó otro cambio de la dirección del viento hidrofónico. Primum vivere…

 ─ No te entretengas. ¿Qué pasó cuando os recibió el Semá?

 ─ Sería cerca de las 12 horas piem cuando nos hicieron pasar a una gran sala en un ministerio vacío. Entramos por una puerta del gran salón de reuniones y el Semá lo hizo por otra opuesta, acompañado por un séquito compuesto por su jefa de cámara, Diana Jardines y el Cojo Manteca. Entre ambos grupos, el nuestro y el séquito del Semá, se interponía una gran mesa con muchos micrófonos. El Sátrapa tomó asiento en su lado de la mesa sin más. Me quedé perplejo de que no saludara ni se entretuviera en que le presentaran a los súbditos «contrarios» a los que veía por vez primera. Pensé que era novato en el cargo o tenía poco trato social o ambas cosas a la vez. Más tarde concluí que la soberbia y el desprecio dominaban sus actuaciones. Sin más preámbulos sacó un ejemplar que llevaba de la normativa del plan hidrofónico del Trago y comenzó a leer el artículo 1. Cuando llevaba leídos varios artículos, con mal encare y gesto de desprecio, vino a decir que eso eran definiciones de la cuenca que…bueno…Siguió leyendo más artículos y haciendo comentarios desabridos, desdeñosos. Los asistentes oíamos la lectura del Semá como en misa la del Evangelio por parte del sacerdote, sin papeles a la vista ni nada que objetar.

 ─ Según me comentaste por teléfono, la cosa comenzó a liarse cuando se llegó al capítulo de los caudales ecológicos, ¿no?

 ─ Efectivamente, el Semá aumentó su gesto de desprecio y dijo algo así como: «¿Pero qué es esto de los caudales ecológicos mínimos?», como viniendo a decir que los que habían cometido la audacia de hacer una normativa no tenían ni idea de cómo se hacía tal disposición, cosa reservada por Dios a los abogados del partido, cuerpo y alma a los que, naturalmente, pertenecía. Daba a entender que caudal ecológico en un punto de un río sólo había uno, y lo de «ecológicos mínimos» era pura redundancia. No entendía yo una palabra del asunto, pero vi que Simancho que había estado como ausente hasta entonces, pedía permiso para intervenir, cosa a la que nadie se había atrevido hasta entonces. Sin esperar respuesta del Semá, dijo su nombre y cargo (pues el Semá no había tenido la cortesía de indicar al principio de la reunión que nos presentásemos). Sin detenerse expuso que el régimen de caudales ecológicos estaba compuesto por caudales ecológicos mínimos, caudales ecológicos máximos, tasas de cambio y caudales de crecida, según los Reglamentos en vigor. Me pareció que quería dar una lección al prepotente Semá. También pude apreciar que al Sátrapa no le había gustado nada la aclaración. Tuve la impresión de que había tomado nota de la intervención de Simancho, como si se le hubiese querido dictar una lección a un abogado del partido en cuestiones de normas y, con visaje atravesado, se la guardó.

 ─ Dices que se la guardó, pero ¿cómo siguió la reunión?

 ─ Ahora entraré en ello. Pero antes te diré que entretanto, el de perfil aquilino de Castiga-la-Marcha hablaba sin parar por el telefonino, retirándose unos pasos de la mesa. Mal entendimos que recibía órdenes de la jefa suprema de los dolores a través de una «calzada romana» sobre 400 umbrales mínimos entre rocas cuando fuesen buenos días, así como 10 de mínimo cuando se hiciese tala en La Vera. No entendí una sola palabra de aquel galimatías sin sentido.

 ─ Sigue con la reunión y no te pierdas en cosas absurdas y que ─como bien dices─ no tienen sentido.

 ─ Pues como iba diciendo, se entró en las disposiciones para el manejo del Trago seguro. Cuando el Semá leyó aquello, el Cojo Manteca que hasta entonces había estado callado, con gesto arrebatado y avinagrado vino a decir: «¡Pero esto es un disparate! ¡Se queda sin agua el trasiego desde el Trago!». Fue sorprendente porque nadie le había dado vela en el entierro a aquel sujeto que rezumaba mala leche. Pero el Sátrapa le oyó con agrado. Entoces volvió a intervenir Simancho y dirigiéndose al Semá le soltó: «El problema es que no hay agua en el Trago para un trasiego seguro». Entonces fue cuando el Sátrapa dejó caer una de sus espadas del ramo sobre la cabeza del atrevido Simancho ante la impasibilidad de los demás.

 ─ Dime cómo recibió la reprimenda Simancho.

 ─ Te lo puedes imaginar. El Sátrapa poniéndose soberbio y despreciativo, dirigiéndose a él, dijo: «¡En esta reunión mando yo y se habla cuando yo lo digo!», mirándolo con altanería e insolencia. Simancho le mantuvo la mirada sin pestañear, pero permaneció callado como un puto el resto de la reunión. Para mis adentros dije: «Pues se quedará el Semá sin saber de qué va la cosa al haber empleado esas ínfulas!». Luego, reflexionando en mi casa sobre la escena, caí en la cuenta de que me equivoqué, pues al Sátrapa le importaba un carajo saber de qué iba la cosa. El Semá, corrido por la lección que le impartieron sobre la variedad de los caudales ecológicos, forzó cualquier mínimo resquicio para abortar el tema acerca de las existencias de los recursos del Trago (de los que ni conocía ni le interesaba conocer) y se puso en la situación de resolver el conflicto «políticamente», es decir, «por cojones».

 ─ ¿Y cómo terminó la reunión?

 ─ Malamente, pues otro hecho vino a provocar su brusco final. El Semá inopinadamente se dirigió a Diana Jardines, sentada a su derecha, y le preguntó. «Supongo que todo esto que estamos viendo se ha hablado ya con las autoridades hidrofónicas de Sudetes, ¿no?». Diana, colorada como pillada en falta, contestó. «No he hablado con nadie de Sudetes», añadiendo otras frases a modo de disculpa. El Semá puso un gesto de fastidio como dicendo para sí: «Esto me pasa a mí, a Frigorífico, por tener subordinados conversos provenientes de los chaquetas rojas sin preparación alguna. Sólo se puede fiar uno de los abogados del partido».

 ─ ¡Chico! ¡Esto que me dices me deja estupefacto! ¡Qué falta de oficio en un Semá!, meterse en esa reunión con una parte de la cuestión sin haber contactado con la parte «contraria», ¿no?

 ─ Efectivamente. Llegados a este punto, mirando al reloj, pensé para mis adentros: «Pues nos vamos para casa, pues con esta declaración de la Jardines, esta ridícula reunión no da más de sí!». Efectivamente, a los pocos minutos el Sátrapa, desnortado y desorientado puso fin a la reunión y se marchó sin despedirse de los asistentes, diciéndole al de Castiga-la-Marcha que ya hablaría al día siguiente con dolores de no sé dónde, cosa que seguí sin entender. Eran la 1:30 de la madrugada.


Nota:

(1) «¡Qué lástima
que yo no tenga un mi abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra mano en el pomo de una espada!»

León Felipe, «Qué lástima».

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