Trasvase Tajo-Segura: más de 40 años de despotismo y fracaso

El pasado 31 de marzo se cumplieron 40 años de la llegada de las primeras aguas del Tajo a la cuenca del Segura. El lobby del Trasvase lo está intentando aprovechar para reivindicarse, con apoyo institucional y subvención incluida ─véase «100.000 € de subvención para el SCRATS para “conmemorar el 40 aniversario del Trasvase Tajo-Segura”» en la web de la Plataforma en Defensa de las Fuentes─, pero sin que tenga el eco que esperaban o deseaban. Una infraestructura tan ambiciosa como polémica, que puede definirse perfectamente con dos palabras: «despotismo» y «fracaso».

Un fracaso estrepitoso que se intenta tapar con propaganda, efectivos chantajes al poder, apartando a los críticos y silenciando las opiniones contrarias al dogma trasvasista. Manipulando lo que haya que manipular, empezando por la historia. Así, para intentar enmascarar el olor a franquismo que emana la obra se insiste una y otra vez en recordar que el Trasvase ─o algo parecido a él─ fue planteado en la II República. Algo que en sí mismo es cierto. Pero lo que se cuidan mucho de tapar es que esa propuesta fue contrargumentada y no se aprobó ante las dudas que generaba y la falta de estudios. Para intentar salvarla, se creó el Centro de Estudios Hidrográficos … que cerró la propia II República en 1936. Y se abandonó la idea. Es decir, el Trasvase se planteó en la II República, pero no se aprobó; fue racionalmente criticado y, tras invertir recursos en intentar que progresara y fuera viable, finalmente fue desestimado, abandonado.

Continuando con el repaso de la historia, tras la Guerra Civil la idea del Trasvase no sólo es ignorada, sino también cuestionada en el Plan General de Obras Públicas de 1940. Un Plan que impulsó el regadío en España, incluyendo el Sureste. Pero en Murcia, las ansias de los terratenientes era superior a lo que se podía conseguir, con una calma tensa que saltó por los aires en 1953, cuando el Decreto y Orden Ministerial de 25 de abril ponía en la cola del reparto de agua a los futuros regadíos del Campo de Cartagena, Lorca y Mula. Las disputas generadas fue lo que impulsó que el Sindicato Vertical recuperara la idea del Trasvase como «fórmula conciliatoria», como se trata en la entrada «1953. Regadíos del Segura y trasvase». Se inició el trabajo de lobby o presión ante el Estado que empezó a dar frutos en los años siguientes, como se indica en las entradas «1959. El regadío murciano, problema nacional» y «1963. La suerte del Tajo está echada».

Por tanto, el Trasvase fue planteado en los años 50 para satisfacer las ansias de riqueza de unos terratenientes murcianos, con una labor de presión que convenció a la tecnocracia del momento de que era una obra de Estado, para dar mayor gloria a la Nación. Con el proceder propio de un régimen autoritario, en el que las voces críticas eran totalmente silenciadas con un mero conato de aviso por parte de la superioridad; algo parecido a lo que se ha visto recientemente entre el coordinador de VOX en Toledo («Los dirigentes de Vox en Toledo abogan por poner fin “a los trasvases inútiles”»; La Verdad, 2/2/2019) y el toque de la dirección del partido unos días después («VOX llama al orden a su coordinador en Toledo por sus palabras sobre el Trasvase»; SER Toledo, 7/2/2019). Gracias a este totalitarismo se pudo hacer realidad el Trasvase, por medio de centrarse sólamente en lo que querían oír e ignorar y despreciar las advertencias y voces críticas que avisaban de los problemas y deficiencias del Trasvase.

El caso es que los problemas que tiene actualmente el Trasvase, falta de agua para trasvasar y los destrozos y daños a Castilla, ya fueron advertidos en 1933 cuando se planteó por primera vez, y fueron tenidos en cuenta para rechazarlo. En 1940, ya en la dictadura, también se vieron estos problemas para seguir dejando el Trasvase al margen. Pero en cuanto los potentados murcianos convencieron a la tecnocracia gobernante, ansiosa de hacer grandes obras hidráulicas y dejar su impronta en la historia, ya no hubo lugar para los razonamientos. El Trasvase se convirtió en dogma y los ingenieros responsables de las aguas se creyeron en la obligación de corregir a Dios o a la Naturaleza por el mal reparto de los recursos hídricos en España. Costase lo que costase y sin perder el tiempo en analizar nimiedades como la viabilidad de la infraestructura o los daños causados a terceros, a la cuenca cedente. Es lo que tienen las tiranías, que sólo se escucha la voz del tirano ─o acólitos de su confianza─ y se siguen sus órdenes. Sin reflexionar ni plantearse que puedan estar equivocadas.

En el cambio de régimen las obras del Trasvase estaban casi terminadas, a falta de solucionar el grave problema en la construcción del túnel del Talave, con dos escudos de perforación enterrados en un tramo de apenas 200 metros. Al final, tras varios años de retrasos y sobrecostes ─que contrasta con la escasez de tiempo y medios empleados para realizar el proyecto en una zona que se sabía complicada─ se logró calar el túnel el 15 de marzo de 1978. A su vez, en esos años afloró la crítica al Trasvase que estuvo reprimida, si bien ya era tarde. Con la obra casi terminada no tenía sentido discutir sobre su existencia. Era un hecho consumado. En su lugar la cuestión era ver cómo se iba a explotar, especialmente ante las dudas sobre la suficiencia real de caudales a trasvasar. En éstas se llegó a un acuerdo político en 1980, cargado de lógica: sólo se podían trasvasar excedentes del Tajo que se determinarían en el plan de cuenca del Tajo. Pero nunca se hizo realmente efectivo, aunque se intentara vestir.

Va el tonto por la linde; la linde se acaba y el tonto sigue. La dictadura se acabó y los acuócratas continúan. A la sociedad española llegó la democracia, pero a la gestión del agua la memocracia. Caracterizada por premiar y promocionar al bobo útil, que aun contando con buena formación y dar apariencia de político o profesional sobradamente preparado, actúa como un perro faldero que se contenta con las caricias de sus amos y pone todo su empeño en ver cómo se puede retorcer la legislación para favorecer los distintos intereses y lobbies asociados. Creyendo que trabajan por el bien común son manejados por estos intereses creados, dejando los problemas permanentemente sin resolver, enquistados y agravándose el deterioro del medio y los daños causados. Y lo que es peor, sin querer ver la realidad. En su lugar a preparar pactos de Estado, libros de colores sobre el agua y a distraer con diversa pirotecnia de los problemas reales, complicando en lo posible la jerga a emplear para disuadir a los no iniciados. 

El trasvase Tajo-Segura es un ejemplo paradigmático de este proceder. Donde con desinformación y propaganda ─en parte pagada con dinero público─ se pretende y se logra esconder la realidad. Se niega que en el deterioro del Tajo, el Trasvase juega un papel importante. También se impide el derecho al desarrollo de los municipios ribereños de Entrepeñas y Buendía. Llegado el caso, se cambia la legislación a petición y capricho del lobby del Trasvase, memorándum mediante; algo que como se ha comprobado no ha solucionado el problema, sino que lo ha agravado. Y si hay cambios en la política general en España, que no interfieran. Si los políticos tienen que retractarse o corregir declaraciones o planteamientos anteriores, lo hacen sin rubor y con presteza. Por su parte, el desequilibrio hídrico, déficit estructural, o el neologismo que se quiera utilizar para definir la sobreexplotación en el Segura, continúa aumentando. En definitiva, es lo que está caracterizando al trasvase Tajo-Segura desde su materialización en los años 60 del siglo XX: despotismo y fracaso.

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