La nueva etapa desafortunada de la Revista de Obras Públicas

La nueva etapa de la Revista de Obras Públicas, con la dirección de Carlos Nárdiz, es un empeño voluntarioso ─pero infeliz─ de renovar el contenido de la revista. A la de ahora no se le puede dar otro calificativo que el de «plúmbea». Sus números monográficos, agotando al lector por el agotamiento del tema sobre el que se centra y concentra, fatigan al paladar mejor dispuesto. Cuando los responsables de la revista eligen un tema y un coordinador para el desarrollo del número que toca, parece que se buscase a todo/cualquier profesional que pueda aportar algo sobre la cuestión, sea o no de interés. Con lo cual el número de la revista se puede extender indigestamente hasta allá por las 150 páginas. Entre ellas, resulta difícil encontrar algo «con alma». Además, su diseño ha optado por una modernidad consistente en dedicar una página entera a una fotografía de escaso interés y reducir las figuras que ilustran un artículo a dimensiones mínimas indescifrables.

¿Dónde queda la agilidad y variedad de números de antaño, en los que se tocaban las diversas ramas de la profesión? ¿Dónde las editoriales de actualidad y no la mera exhibición de «cultura ilustrada»? ¿Dónde las noticias que pueden interesar a la generalidad de colegiados jóvenes y/o mayores? ¿Dónde las nuevas ideas socio/económicas/políticas que puedan incidir sobre el presente y futuro de la profesión? ¿Dónde las realizaciones más destacadas, nacionales o internacionales? ¿Dónde, en fin, los aciertos de los ingenieros punteros y, también, de forma constructiva, los errores cometidos que ayuden a orientar a las nuevas generaciones de ingenieros? Ya les gustaría a los ingenieros «mortales» saber algo más, por ejemplo, de lo que se cuece con los Fondos Next Generation, tan cacareados y con tantísimo dinero por medio, así como sobre los famosos Perte (Proyectos Estratégicos para la Recuperación y Transformación Económica), todo ello apoyado en el trípode de cambio climático/sostenibilidad/resiliencia, auténtico triunvirato de nuestros días.

Por lo que se ve, han espantado a los ingenieros de «a pie», los que robando tiempo al descanso tomaban la pluma y remitían a la revista un escrito con sus realizaciones, sus ideas o sus recuerdos. Ahora, no parece que prosperen las iniciativas individuales de los interesados por la revista, todo parece estar programado y dirigido a la mayor gloria del tema del número monográfico «impuesto», lejos del «espíritu liberal» de los primeros tiempos del cuerpo de ingenieros de caminos, canales y puertos. Lamentamos el nuevo rumbo. ¿Quizá no se debería haber hecho una consulta entre los colegiados para conocer sus preferencias? O, al menos, entre los abonados a la revista. He oído decir a algún colegiado que le parecía que la revista no respondía a las inquietudes actuales de los ingenieros. ¿Tiene esto en cuenta la dirección del Colegio? ¿No habrá que volver al camino más clásico y liberal teniendo en cuenta que la Revista de Obras Públicas vino al mundo en 1853 y sería bueno que siguiera siendo de «todos» los ingenieros y no de un grupo de ilustrados de buena voluntad, pero escaso acierto?

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