Ortega, Europa y los pactos de Estado

El agobiante calor del estío madrileño nos permite ─aún─ disponer de algún tiempo para volver a releer los «clásicos» del pensamiento español. Encontramos la frase de la entradilla en el «Epílogo para ingleses», escrito en 1937, perteneciente a su obra «La rebelión de las masas», considerada como la cumbre de Ortega, aunque haya quedado hoy ciertamente desfasada en algunas o bastantes de sus puntos de vista. Sin embargo, nunca Ortega se va de vacío en sus consideraciones. Veamos. Ante todo, conviene reproducir el final del «Epílogo para ingleses» antes citado, teniendo muy en cuenta que el texto que sigue está escrito en diciembre de 1937; es decir a menos de dos años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, cuando las grandes naciones europeas se estaban preparando para la gran conflagración:

«…sólo a través de una etapa de nacionalismos exacerbados se puede llegar a la unidad concreta y llena de Europa. Una nueva forma de vida no logra instalarse en el planeta hasta que la anterior y tradicional no se ha ensayado en su modo extremo. Las naciones europeas llegan ahora a sus propios topes, y el topetazo será la nueva integración de Europa. Porque de eso se trata. No de laminar las naciones, sino de integrarlas, dejando al Occidente todo su rico relieve. En esta fecha, como acabo de insinuar, la sociedad europea parece volatilizada. Pero fuera un error creer que esto significa su desaparición o definitiva dispersión. El estado actual de anarquía y superlativa disociación en la sociedad europea es una prueba más de la realidad que ésta posee. Porque si eso acontece en Europa es porque sufre una crisis de su fe común, de la fe europea, de las vigencias en que su socialización consiste. La enfermedad por que atraviesa es, pues, común. No se trata de que Europa esté enferma, pero que gocen de plena salud estas o las otras naciones, y que, por tanto, sea probable la desaparición de Europa y su sustitución por otra forma de realidad histórica ─por ejemplo: las naciones sueltas o una Europa oriental disociada hasta la raíz de una Europa occidental; nada se ofrece hoy en el horizonte─, sino que, como es común y europea la enfermedad, lo será también el restablecimiento. Por lo pronto vendrá una articulación de Europa en sus dos formas distintas de vida pública: la forma de un nuevo liberalismo y la forma que, con un nombre impropio, se suele llamar «totalitaria». Los pueblos menores adoptarán figuras de transición o intermediarias. Esto salvará a Europa. Una vez más resultará patente que toda forma de vida ha menester de su antagonista. El «totalitarismo» salvará al «liberalismo», destiñendo sobre él, depurándolo, y gracias a ello veremos pronto a un nuevo liberalismo templar los regímenes autoritarios. Este equilibrio puramente mecánico y provisional permitirá una nueva etapa de mínimo reposo, imprescindible para que vuelva a brotar, en el fondo del bosque que tienen las almas, el hontanar de una nueva fe. Este es el auténtico poder de creación histórica; pero no mana en medio de la alteración, sino en el recato del ensimismamiento.

Recapitulemos. En una Europa incandescente en los finales de los años 30, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial; con los regímenes políticos liberales (Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos) en plena crisis, decadencia o aislamiento; con los regímenes totalitarios en auge (Alemania, Italia, España, …); con el comunismo (URSS) temido y rechazado por los otros regímenes; con un encapsulamiento de cada país en sí mismo…; pues bien, a pesar de este panorama, Ortega, no se sabe cómo, aboga y predice una Europa formada por la «articulación» de los diversos países europeos, y que dicha articulación se llevará a cabo sobre regímenes liberales, ni más ni menos. Sólo le faltó señalar que dicha «articulación» se llevaría efectivamente a cabo sobre los intereses económicos, no políticos, lo cual viene a representar un déficit democrático europeo que se hace sentir en nuestros días.

Pero no es solamente esto lo que querríamos señalar. Lo que subrayamos es la idea recogida en la entradilla: «toda forma de vida ha menester de su antagonista». En un mundo actual, cuyo panorama político es la polarización, el antagonismo destructivo entre las diversas opciones políticas, utilizando como armas la mentira (posverdad), el populismo, la desinformación y el desprestigio personal, se necesita poseer una visión de gran angular para sostener ─como lo hace Ortega─ que toda vida (toda opción política) tiene «menester» de su antagonista. Lo cual relativiza los enconados enfrentamientos en la arena política. Y si examinamos lo sucedido en España desde el restablecimiento de la democracia, no podemos sino darle la razón a Ortega.

Pero, a la vez, debemos señalar que este «menester», o necesidad de «antagonismo» no quiere decir, en forma alguna, la «necesidad» de unidad. Contra este concepto de unidad nos puso en guardia Manuel Azaña, cuando vino a señalar que «la unidad es pariente próximo de la intolerancia». Efectivamente, cuando a un dirigente político, social o religioso, se le oye convocar a la unidad, lo que está muchas veces transmitiendo es que se rechacen otras posturas que no sean la suya propia. En consecuencia: la democracia necesita que el ciudadano puede escoger entre las diversas opciones que se le presenten frente a un problema que tenga que decidir (aunque sea en última instancia con su voto en las elecciones periódicas democráticas). Si se le birlan las opciones mediante los proclamados «pactos de Estado», el ciudadano se encontrará frente a una solución «única» o pensamiento único; o sea, sentirá que los grupos de presión han burlado la democracia y han burlado a los ciudadanos.  Hagamos excepción de algunos «pactos de Estado» imprescindibles; por ejemplo, contra el terrorismo, la política internacional, la secesión de parte de la soberanía nacional o los servicios sociales que debe proveer el Estado. Estos pactos deberían ser respetados y no convertirse en armas arrojadizas contra el adversario político. Pero fuera de estos escasos asuntos, sean bienvenidos las diversas opciones que se propongan sobre temas sectoriales tales como la energía, el ordenamiento territorial, las infraestructuras, el medio ambiente, etc., etc., ¡ah! y el agua. Esto es la esencia de la democracia.

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