El discurso de Angostura

El Libertador, Simón Bolívar, pronunció un célebre discurso en el Congreso celebrado en la ciudad de Angostura (hoy Ciudad Bolívar) el 20 de febrero de 1819; hace, por consiguiente, algo más de doscientos años. El Congreso tenía por finalidad la aprobación de una Constitución que daba lugar a la creación de la Gran Colombia, formada por Venezuela, Nueva Granada (actual Colombia) y Ecuador. Por situarnos: en los años de celebración del Congreso (febrero 1819-julio 1821) la independencia de las actuales repúblicas hispanas de América estaba ya muy avanzada; finalizaría con la batalla de Ayacucho, localidad situada a medio camino entre Lima y Cuzco, el 9 de diciembre de 1824. La independencia de las colonias españolas fue consecuencia mediata de las ideas de la Revolución Francesa, que también influyeron en las Cortes de Cádiz y nuestra Constitución liberal de 1812. El discurso completo de Angostura puede verse en Google, aunque resulta bastante engolado y pomposo para los gustos actuales. Merece la pena, no obstante, reproducir algunos párrafos del mismo.

Comenzó con estas palabras: «Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía». Continuaba con elocuentes palabras: «América todo lo recibía de España… Esta abnegación nos había puesto en la imposibilidad de conocer el curso de los negocios públicos; no gozábamos de la consideración personal que inspira el brillo del poder a los ojos de la multitud y que de tanta importancia en las grandes revoluciones». Continuaba después de forma pesimista: «Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud… Las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado son de los más destructores. Se nos ha dominado más por el engaño que por la fuerza; se nos ha degradado por el vicio más que por la superstición. Y un pueblo pervertido, si alcanza su libertad, pronto vuelve a perderla».

El final del discurso de Bolívar fue premonitorio de los sucesos posteriores en las antiguas colonias españolas: desunión, separación, guerras civiles, dictaduras, …: Continuaba Bolívar: «… un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción: la ambición, la intriga, abusan de la credibilidad y de la inexperiencia de hombres ajenos a todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia…». 

Bolívar, declarado enemigo nacional por sus compatriotas, que votaron su expulsión de Venezuela, murió en 1830 en una hamaca, huésped de un español en Santa Marta. Sus últimas palabras fueron: «He arado en el mar.…». Se recomienda la lectura de la excelente novela «El general en su laberinto» (últimos días de Bolívar) de Gabriel García Márquez.

¿Verdad ─querido lector─ que todo lo anterior que he contado arriba está muy alejado de la política española actual? Que una cosa es la España europea y otra, muy distinta, las españas sudamericanas? Don Juan Valera, ilustre compatriota, diplomático, escritor, potentado y liberal, a finales del siglo XIX, escribía irónicamente; «Todos convienen en que España social, política y económicamente considerada, está bastante mal. Salvo Turquía, quizá no hay en Europa otro pueblo en que en esto nos gane. En punto a estar mal, somos potencia de primer orden». Siguiendo con la ironía podemos afirmar irónicamente por nuestra cuenta: «Menos mal que, como en otras ocasiones, ahora, junio de 2023, parece que nos llegará la salvación (otra vez más) desde Galicia». Queda dicho y no se admiten reclamaciones.

Pero, una vez leído todo lo anterior, tenemos que volver sobre El Libertador, pues conviene situar a Simón Bolívar en su mezquina realidad. Elaboró y proclamó el «Decreto de guerra a muerte» (1813) por el que condenaba a muerte a todo español de América que no se sublevase con las armas contra las autoridades coloniales españolas. Fusiló a los miles de soldados españoles prisioneros que caían en su poder. Incluso a los soldados heridos de los hospitales (casos de La Guaira y Caracas entre otros) fueron salvajemente pasados a cuchillo o quemados en su presencia. Se producen en la actualidad bastantes opiniones clamando por la eliminación de las estatuas del Libertador en nuestro país. Hoy el héroe americano no resistiría un juicio por genocidio en los tribunales de derechos humanos.

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