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La batalla de Villalar (no tiene que ver con Madrid)

Fragmentos tomados de Manuel Azaña: «El Idearium de Ganivet» (1930).

Los contemporáneos aseguran que el ejército de la Comunidad, sorprendido en retirada por el ejército de los caballeros, caminó cierto tiempo sin combatir. Los jefes no estaban de acuerdo. Padilla no tuvo autoridad bastante para decidirlos al combate en el momento propicio. Viendo próximo el refugio de las casas de Villalar, el ejército se desmoralizó. No aguantó el ataque. Pelearon unos pocos. Cundía entre los comuneros la desconfianza, el miedo a la traición. Sentimiento normal en gentes como la tropa de las ciudades: los más, hombres de oficio, sedentarios, avezados a la sumisión, al despojo de sus derechos, sin la dureza del guerrero profesional ni la entereza del ciudadano despierto. Su instinto los guiaba certeramente, pero quien más, quien menos, todos debían de llevar en el alma la persuasión de estar cometiendo una calaverada enorme, costosa, que acabaría por pesar en las espaldas más flacas. La hueste se cuarteó, y en lugar de mejorarse y redimirse, se desbandaron. Se arrancaban las cruces coloradas, se hincaban de hinojos, pedían confesión; corrieron, desalentados, a meter el cuello en las horcas antiguas. Tampoco debía ser famoso el personal facultativo. «no se aprovecharon de la artillería ─escribe Sandoval─ por el mal tiempo, porque los artilleros no fueron fieles, y porque el artillero mayor que se llamaba Saldaña, natural de Toledo, que sabía poco de este oficio huyó lo que pudo, y dejó a la artillería metida en unos barbechos». Desgracia no tan rara: la causa nacional pendiente de quien no sabe el oficio y huye lo que puede. Padilla apellidaba «Santiago y libertad». Los caballeros «Santa María y Carlos»; divisas significantes. Duró el alcance dos leguas y media. Los caballeros mataron a placer, como en rebaño indefenso. Cogieron gran botín: «a vivos y muertos dejaron en carnes». Mejía, cronista del César, y Sandoval, que ve los sucesos en la perspectiva del tiempo, tienen esta victoria a milagro y buena dicha de don Carlos, que sin ella no habría reinado en España. Villalar aventó de un golpe las fuerzas de la revolución. Se cumplía el vaticinio de un ardiente enemigo de los comuneros, fray Antonio de Guevara, a Juan de Padilla: «el día que perdáis alguna batalla, y aun el día que no hay para pagar a la gente de guerra, a la hora veréis, señor, como se os irán sin que los despidáis, y aun os venderán sin que los sintáis». Se fueron, y ya no hubo quien para rejuntarlos. Algunos le vendieron en Villalar («los artilleros no fueron fieles…»). Perdida la batalla, creyeron los populares, escarmentados por el caso de Girón, que Padilla los había vendido a ellos. Necesitó morir para que su lealtad quedase sin tacha. El suceso refrendó las advertencias de Guevara: «También, señor, os dije que comúnmente las guerras civiles y populares suelen poder poco, valer poco y durar poco; y que después de acabadas y apaciguadas las repúblicas, tienen por costumbre los príncipes y señores de ellas de perdonar a los pueblos y descabezar a los capitanes».

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«Todo Costa es, seguramente, realizable el día menos pensado, sin que desaparezca ninguna de nuestras aspiraciones actuales».

A vueltas con la política del agua en el marco de la «gran política».

La frase del epígrafe se debe a la pluma de Manuel Azaña. Figuraba en un artículo aparecido en la revista España ─de la que era directorel 20 de octubre de 1923; es decir, pronto se cumplirán cien años desde que fuera escrita. Enseguida entraremos en el «todo Costa» y nos adentraremos en los temas acuíferos; pero antes trataremos brevemente del trasfondo político ─de gran política─ de lo que Azaña propone como «aspiraciones actuales» o, mejor dicho, aspiraciones nacionales.

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«Todo Costa es, seguramente, realizable el día menos pensado, sin que desaparezca ninguna de nuestras aspiraciones actuales».

A vueltas con la política del agua en el marco de la «gran política».

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